Comentario
En octubre de 1763 muere Augusto III y, así, se abre otro proceso sucesorio en Polonia. Sin embargo, las relaciones internacionales habían modificado de manera sensible la situación con respecto a anteriores ocasiones: Francia y Austria compartían criterios similares, mientras que Prusia y Rusia, igual que antes, buscaban aumentar su radio de influencia con nuevos territorios. Desde los primeros años del Setecientos, Polonia había estado bajo la protección de San Petersburgo, lo que no había significado garantías para una sucesión sajona por las rivalidades con los Habsburgo. Debido a esta circunstancia, en Rusia se acordó que el nuevo monarca sería un polaco y, por tanto, evitaba la injerencia francesa y las presiones sajonas, molestas por su negativa a aceptar la ocupación del ducado de Curlandia. El aliado adecuado era Prusia, a pesar de la enemistad con Viena, y en abril de 1764 firmaron una alianza defensiva donde incluyeron la cláusula de mantener la Constitución sueca de 1720 y las libertades polacas.
No cabía duda de los tres candidatos a la Corona polaca: Estanislao Poniatowski, propuesto por Catalina II; Javier de Sajonia, respaldado por Dresde, y el conde Banicki, representante polaco. Todas las potencias consideraban el asunto de su incumbencia y pasó a ser un tema central de la política internacional. Hasta Francia, con el único objetivo de oponerse a la zarina, apoyó al candidato sajón y quiso atraer a la causa a los turcos. Sin embargo, la habilidad de Vergennes no tuvo los resultados previstos porque el sultán no había olvidado los problemas derivados de la revolución diplomática. Con el argumento de las diferencias religiosas, los ejércitos rusos penetraron en Polonia y obligaron a la elección de Poniatowski, en septiembre de 1764, con el nombre de Estanislao Augusto, el último rey polaco. Una vez en el trono, se sintió incómodo por el intervencionismo de San Petersburgo e inició reformas constitucionales, neutralizadas por las conspiraciones de la zarina en favor de los privilegios nobiliarios. Descontentos los católicos por la igualdad de confesiones, se unieron en una liga activa, la Confederación de Radom, vencida por las fuerzas rusas. Los confederados reclamaron ayuda exterior en momentos de confusión diplomática por el pacifismo francés, los recelos entre Versalles y Viena y el temor turco al aumento de poder ruso en Polonia. También los acontecimientos internos se precipitaron con la votación, en la capital, de una nueva Constitución auspiciada por Catalina II, lo que no dejó impasible a Choiseul, que aceleró la participación turca con instrucciones urgentes militares tras las revueltas religiosas que desembocaron en la Confederación católica de Bar. Había estallado la guerra civil.
Un incidente fronterizo con los rusos de Crimea provocó el inicio de las hostilidades contra los turcos. Era necesaria la colaboración ruso-prusiana y Federico II estaba dispuesto al reparto a pesar de la negativa de Catalina II. Las acciones bélicas rusas tuvieron como consecuencia la ocupación de Moldavia y Valaquia y la victoria de Tchemé, en julio de 1770, en el Mediterráneo. Tras los reveses en el campo de batalla, la Sublime Puerta propuso el armisticio al tiempo que se extendía el miedo en Berlín por el creciente poder de la zarina, que desestimó las ofertas de división prusianas y obligó al elector a aproximarse a Viena en un alarde de diplomacia. El argumento principal de la cancillería berlinesa consistió en defender que la fragmentación polaca distraería la atención de los rusos y no se abriría el frente rumano. Convencidos José II y Kaunitz, se reunieron en Neisse, en 1769, donde estrecharon su amistad, y al año siguiente firmaron el Tratado de Neustadt. Con la propuesta de mediación en las disputas con los otomanos, pues Rusia había entrado en Iassi y Bucarest, concentraron tropas en Transilvania y adelantaron las promesas relativas a la cesión a Austria de Serbia por el sultán. Ante el peligro del aislamiento diplomático, Catalina II consintió en iniciar negociaciones, pero María Teresa, católica, dudaba de la legalidad del reparto e insistió en una pacto secreto con Estambul, en junio de 1771, ya que los rusos habían penetrado en los Balcanes y su expansionismo amenazaba los Estados patrimoniales de los Habsburgo. Con la sorpresa de todas las potencias y a consecuencia de la inversión de alianzas, Viena prestaría ayuda militar y económica a los turcos para que recuperasen los territorios ocupados y los rusos se viesen obligados al consentimiento de una paz que acabase con los planes de desmembración polacos, junto con la desaparición de la influencia zarista; en contrapartida, recibiría parte de los ducados rumanos. La caída, en diciembre de 1770, de Choiseul y la ineptitud de los embajadores enviados por D´Aiguillon facilitaron ese acercamiento. Catalina, con buen juicio, hizo caso omiso del acuerdo y no abandonó las conversaciones para obstaculizar cualquier decisión con trascendencia. Por su parte, Gran Bretaña, molesta por la escalada rusa y la marcha general de los acontecimientos en el Este, que amenazaban el equilibrio en el Continente, retiró el respaldo naval a San Petersburgo, pero no desvió la atención de Hannover y las colonias y su gabinete se mantuvo al margen del juego diplomático. Rusia tomó Crimea y logró su independencia, al tiempo que Austria ocupaba el condado de Zips. Esta iniciativa de José II precipitó el reparto, porque Catalina, temerosa de un cambio de posturas, lo propuso a Federico II a principios de 1772, concluyéndose las conversaciones el 15 de julio con la firma del Tratado de San Petersburgo. Austria ganaba Galitzia oriental y la pequeña Polonia, excepto Cracovia, convertida en reino autónomo con capital en Lemberg. Rusia obtuvo la denominada Rusia Blanca. Prusia consiguió la Pomerania polaca, menos Dantzig y Thorn, que unía Brandeburgo con Prusia oriental; así, Federico II consolidaba su reino, afirmaba sus posesiones hasta el Vístula y se beneficiaba de un cierto control sobre el comercio de granos. Evidentemente, la Dieta no confirmó la desmembración de inmediato, pero, tras numerosos conflictos internos y la depuración por parte de los países extranjeros de los diputados reacios, ratificó el tratado y votó una nueva Constitución, auspiciada todavía por Rusia, que se ajustaba a la reciente situación provocada en Polonia por los manejos diplomáticos utilizados para disfrazar intereses particulares.
Una vez utilizada la alianza con Turquía para los encuentros de julio de 1772, José II se presentó como mediador en el conflicto ruso-turco. Utilizados y sin aliados, tras la muerte del sultán Mustafá III, iniciaron, en 1773, las conferencias de Foksany y Bucarest, malogradas por las diferencias relativas a la independencia tártara. Además, Catalina exigía la investidura por el sultán de los nuevos reyes y las plazas fuertes de Kertch e Ienikale para dominar el mar Negro. No obstante, decidida a conseguir sus objetivos lanzó sus ejércitos contra la Sublime Puerta al año siguiente y conquistó Bulgaria. Los turcos no tuvieron otra opción nada más que la firma del Tratado de Kutchuk-Kainardji, en julio de 1774. Las principales cláusulas fueron las siguientes:
- Declararon la independencia tártara bajo la soberanía del kan, investido por el sultán.
- Kertch e Ienikale quedaron agregadas a Rusia, lo mismo que Azov y las riberas del mar Negro, menos Crimea y la plaza de Otchakov.
- El Deniester se convertía en la frontera del Imperio otomano.
- Pactaron la apertura de los estrechos a los barcos extranjeros, con la consiguiente libertad de navegación por el mar Negro.
- Rusia aceptaba convertirse en la protectora de las Iglesias cristianas y única representante de la Cristiandad en los Balcanes.
- Aunque se ponían bajo protección rusa, los principados rumanos continuaron como tributarios del sultán.
- Se fijó a los turcos el pago de una indemnización de guerra de 4.500.000 rublos.
Si bien la ratificación otomana se produjo en enero de 1775, existía la decidida intención de obstaculizar el cumplimiento y hasta se dieron compensaciones territoriales a Viena para que no interviniese en el asunto. Las primeras iniciativas fueron las intrigas turcas en Crimea y, como resultado, el deterioro de su situación interna. Bajo presión diplomática, se volvió a confirmar el tratado en 1779, pero no sirvió de nada por la oposición de Estambul. La incertidumbre en la zona se debía a la nula influencia francesa, siempre mediadora, ahora centrada en sus discrepancias con Gran Bretaña, y al resentimiento de muchos países que temían la conversión de Rusia en una potencia terrestre y naval con la formación de una gran flota en el mar Negro y la conquista de los extensos territorios del Imperio otomano. Sin embargo, nadie tomaba medidas ante la escalada de poder rusa y la apatía caracterizó las relaciones internacionales en estos momentos.